martes, 22 de marzo de 2011

Cuando el adiós se hace definitivo.

Día 5 de septiembre de 2010: Es un adiós definitivo. Es un despegarte de los brazos de quien te dio la vida. Es un abandonar el hombro sobre el que tantas veces has llorado. Es un dejar atrás tanto, tantísimo…  
Es un estar al borde de un precipicio llamado presente. Es saltar al futuro, que siempre es tan incierto como prometedor. Es abandonar a tus otras dos mitades. Es dejarlas marchar. Es sentir que sus lágrimas te llaman. Es querer dejar de ser egoísta y no poder. Es sentir que haces lo que quieres, pero no lo que debes. Es demasiado duro. Demasiado…

Ya se han ido, ellos y mis pensamientos. Hay momentos en los que no piensas, sólo sientes. Este es uno de esos momentos. Ahora estoy aquí en un comedor enorme. Techos de cristal de formas geométricas. Bullicio. Gente. Mucha gente. Caras nuevas. Estoy sentado. Abro mi cuaderno de mano y escribo:

“Es un adiós, pero esta vez definitivo. Sólo siento. No pienso. Sentir sin pensar, a veces  es lo mejor. Ya está aquí. Es el momento. Ha llegado…  ¡salta!”
Entonces, salto.


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